Iñaki Miró, Guía de Montaña, Escalada, Espeleología y Barrancos
Página web: http://inakimiro.jimdo.com/
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LA MONTAÑA Y LA ESCALADA, ESA OBSESIÓN...
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LA MONTAÑA Y LA ESCALADA, ESA OBSESIÓN...
En realidad, uno no se plantea por qué le gusta tal o cual actividad cuando se siente fuertemente atraído hacia ella. Mi relación con la escalada fue algo natural, desde pequeño me sentía, simplemente, exultante cuando contemplaba la naturaleza, los grandes espacios, los bosques, las cordilleras; y me atraían especialmente aquellas montañas que difícilmente podían ascenderse caminando y que suponían un reto.
Con 14 y 15 años empecé a buscar canteras, acantilados, y todos aquellos lugares donde hubiera rocas verticales que se pudieran trepar. hasta que conocí las peñas de Santa Marina, en Urduliz, Bizkaia. Después vendría el buscar libros donde aprender, tratar de conocer a gente con las mismas inquietudes... y equivocarse mucho.
Y así conocí el valle de Atxarte, en Abadiño, donde descubrí un mundo de calcáreas paredes verticales donde por fin podía dar rienda suelta a las inquietudes que llevaba dentro.
Y conocí a otros escaladores y forjamos amistades y fuertes vínculos que aún hoy perduran incólumes.
Han pasado casi cuarenta años desde los inicios, algunos compañeros se han marchado y otros lo han dejado, pero surgen nuevos amigos con los que practicar y disfrutar cada semana de una afición que se mantiene a pesar del paso del tiempo.
Y los lugares, las vías, los rincones, algunos cientos de veces repetidos, continúan asombrando y enriqueciendo como el primer día.
A veces surge la oportunidad de escalar con un viejo amigo.
Para hablar y recordar pasados viajes y aventuras.
Y otras veces se conocen nuevos compañeros con los que surge una buena amistad.
El caso es seguir disfrutando de las paredes, de las montañas; esas sensaciones que sólo el contacto con la roca te pueden deparar.
La montaña vasca también da la opción de excursiones y travesías incomparables, sobre todo cuando el invierno se cubre con el manto blanco de la nieve.
Y después de Atxarte, las siguientes montañas a las que nos dirigíamos los escaladores vascos de aquella época eran siempre son los Picos de Europa, donde aprendíamos a conocer y desenvolvernos en la alta montaña.
Peña Vieja y la infinidad de canales y espolones que defienden la vertiente sudeste, sobre los prados de Áliva.
La canal sudeste, una vía muy larga, casi mil metros de roca y corredores de nieve, donde una escalada técnicamente fácil puede complicarse por la niebla o una tormenta repentina.
O el Espolón de los Franceses, algo más difícil y abierta a la vertiente de Áliva.
El fantástico espolón del Jiso, en el macizo oriental, sobre los hayedos del valle de B LKJLKJJU, una de las grandes clásicas.
Seiscientos metros de arista sobre una roca de buena calidad nos elevan hacia el cielo.
Varias generaciones de escaladores han repetido los mismos movimientos, las mismas vías, han trepado las mismas líneas que la erosión ha tardado cientos de miles de años en formar.
La Peña Santa de Castilla, cúspide del macizo Occidental y una de las montañas más emblemáticas, con su fantástica cara sur, seiscientos metros de roca vertical.
Escalando esta pared en cordada con uno de los escaladores más míticos de nuestra historia: Ángel Landa, el primero en coronar la cumbre del mítico Naranjo de Bulnes, o Pico Urriello, en invierno.
Y muchas travesías y excursiones en estas montañas, unas solo, otras acompañado, para conocer todos los rincones.
Los ríos y sus cascadas, los valles, los bosques, un mundo donde la Naturaleza con mayúsculas aún es la dueña y marca sus normas.
Pero cuando se habla de escalar en los Picos de Europa no podemos obviar el Naranjo de Bulnes, la reina de las montañas.
Todas las rutas son atractivas y constituyen un destino en sí mismo. La cara este, la cara sur, la cara norte...
Intento ir todos los años, con unos amigos, con otros, y aunque repitamos muchas veces las mismas vías siempre hay un detalle diferentes, momentos únicos.
Placas lisas, líneas puras, adherencia extrema en caliza, donde un mal movimiento puede causar una caída no deseada.
Pero la pared de las paredes, la pared más mítica de estas montañas, es la cara oeste, 530 m de roca vertical, abismo vertiginoso, que pude escalar por primera vez en agosto de 1975 por la vía Rabada-Navarro, con tan solo 17 años.
Después vendrían otras vías, la Leiva, Murciana, Sagitario, grandes líneas que marcaron hitos en la historia de la escalada en nuestro país.
Que iban ganando en dificultad a la par que la técnica y los materiales evolucionaban dando una mayor seguridad a los escaladores.
Una cumbre mítica, un destino deseado. He estado sobre esa misma piedra unas dieciséis veces, con diferentes compañeros, y nunca me cansaré de ella.
Después vendrían los Pirineos, la gran cadena de montañas de nuestra geografía. Los grandes valles, las grandes cumbres; travesías, ascensiones y escaladas.
Donde íbamos tanto en verano como en invierno, donde aprendimos por fin a conocer la nieve y el hielo.
De oeste a este recorrimos todos los valles, todas las montañas. Las agujas de Ansabere y su vertiginosa vertiente norte, sobre los bosques del bucólico valle de Lescún.
Aquí la escalada es muy especial sobre una roca no siempre adecuada, pero la experiencia también es gratificante.
El Midí D`Ossau, una de las cumbres más deseadas por los escaladores, primera aguja de roca granítica del pirineo Central.
Aquí aprendimos a escalar en una roca diferente, donde las líneas de escalada se desarrollaban por diedros, fisuras y chimeneas de corte rectilíneo.
Aprendimos a amoldarnos a una roca donde los movimientos eran más atléticos e incluso los puntos de seguro se colocaban de manera diferente.
La cumbre del Midí. En los años 80 pasábamos casi todos los finales de verano en esta montaña, dos, tres semanas, realizábamos infinidad de escaladas, en la cara norte, en la cara este. Poco a poco todas las líneas trazadas durante aquella época fueron cayendo una por una.
El Palas, una montaña granítica poco conocida sobre el ibón de Arriel Alto. Afortunadamente, en el Pirineo todavía quedan infinidad de rincones alejados de las rutas más transitadas.
Una arista de granito que nos conduce directamente a la cima mientras disfrutamos de uno de los paisajes más bellos y solitarios de esta cordillera.
El Balaitous, el primer tres mil del Pirineo empezando por el oeste y cumbre principal del macizo, cercano a otras montañas de parecida altitud, como los Infiernos y el Gran Facha.
Las aristas y crestas de esta montaña: Diablo, Costerillou, Noroccidental, Oeste, han atraído siempre la mirada de los escaladores.
Pocas sensaciones son comparables a la libertad que se siente recorriendo estas montañas.
El Vignemale es un macizo mítico, incomparable, con algunos de los tresmiles más deseados del Pirineo y una cara norte que levanta sobre el glaciar una pared de roca de 900 m de altura.
Largo tras largo de cuerda vamos dejando atrás las impresionantes grietas del glaciar de la Pique Longue.
Descendemos por la cara sur, sobre el glaciar de Ossau, una joya helada que desgraciadamente las futuras generaciones de pirineistas difícilmente podrán contemplar.
Y los Mallos de Riglos, paraíso de la roca de dificultad y del buen tiempo en las sierras prepirenaicas del valle del Ebro.
El paisaje de los Mallos, vertical, nos permite disfrutar de un paisaje fantástico sobre el valle del río Gállego.
La roca es un conglomerado de gran calidad, pero a veces resulta bastante chocante sobre todo a los escaladores poco habituados a estas paredes.
Las paredes del valle de Ordesa también se convirtieron en un destino habitual.
Tozal del Mallo, Gallinero; vías como el Pilar Sur, la Ravier, Francoespañola, Despiau, la de Francis Tomas, líneas vertiginosas de hasta 300 m de altura sobre una roca un tanto especial y difícil de asegurar.
Aprendimos a defendernos en todos los terrenos y a escalar sobre todo tipo de rocas. Repetimos vías que en aquella época estaban consideradas entre las más difíciles de Europa
Recorríamos el Pirineo lo mismo en verano que en invierno.
Ascendíamos a las cumbres unas veces andando, otras veces escalando; laderas, corredores, aristas, cualquier rincón o vertiente era adecuada para disfrutar de las montañas.
A veces nos pillaba una nevada intempestiva acercándonos a una pared.
O una tormenta imprevista en mitad de una ascensión.
La arista de los Tres Consejeros al Neouville, una increíble y afilada línea de granito que se eleva por encima de los tres mil metros de altitud.
Largo tras largo de cuerda escalando al sol, asomándonos al vacío del valle de Cap de Long y acercándonos a la cumbre.
Aristas rocosas mil veces azotadas por rayos y tormentas.
En la cumbre del Neouville, al fondo, el Pic Long.
Paisajes impresionantes, cumbres únicas.
Los ibones y embalses del Pirineo constituyen una inagotable reserva de agua y de paisajes emblemáticos.
Son rincones bucólicos, idílicos, donde podemos descansar después de una jornada de actividad en la montaña.
Muchos de estos ibones naturales han visto aumentado su tamaño por la mano del hombre, levantando pequeñas represas que permitían un mejor aprovechamiento hidráulico siendo a la vez respetuosos con el paisaje y el medio ambiente.
Y la nota de color que le dan al paisaje, la sensación de calma que infunden en nuestro espíritu; eso es impagable.
Y vendrían también muchas excursiones y travesías, unas veces solo, otras acompañadas de amigos.
Tanto en verano como en invierno, recorriendo valles, laderas, cumbres.
A veces te pillaba la noche en cualquier rincón, se levantaba un simple parapeto para no resbalarse por la nieve, y al saco.
Otras daba tiempo a construir un pequeño refugio con bloques de hielo si amenazaba tormenta.
O nos echábamos entre las rocas bajo un pequeño techo.
El caso era no parar nunca, continuar caminando, ascendiendo, escalando; recorriendo esas montañas que tanto nos gustaban.
Y disfrutar instante tras instante de esos momentos que son únicos, irrepetibles.
Teniendo así la oportunidad de descubrir rincones que de otra manera serían imposibles de conocer.
Y pocas sensaciones hay comparables a la de ascender a la cumbre de un tres mil en el Pirineo y saber que estás allí tú solo, y que en ese instante ese paisaje esplendoroso sólo es para ti.
Y que puedes recorrer laderas heladas, aristas rocosas, glaciares, tú solo, disfrutando de momentos únicos e irrepetibles que quedarán para siempre en el archivo de tu memoria.
Esa sensación de soledad buscada que nos permite aprender a conocernos y a saber dónde está el límite de nuestras fuerzas.
Y también me sentía atraído por el mundo subterráneo, las grandes cavidades de nuestras montañas, las simas profundas.
El mundo subterráneo esconde aún hoy grandes maravillas por descubrir, y he tenido la oportunidad de pisar espacios y lugares increíblemente hermosos en los que sabía a ciencia cierta que jamás nadie había hollado antes.
También los barrancos más agrestes y salvajes del Pirineo han conocido nuestros pasos; cascadas, saltos, rebufos, caos de bloques, acompañados siempre por la fuerza del agua.
Esta actividad me ha permitido también conocer lugares de una belleza incuestionable acompañado de buenos amigos, momentos también únicos e irrepetibles.
Otra forma de recorrer los cauces de nuestros ríos de montaña era descendiéndolos en piragua. Así conocimos los ríos de los Picos de Europa y de los Pirineos.
Pero ésta es una actividad que sólo realicé durante unos pocos años, aunque también me deparó fantásticas sensaciones.
Las travesías en invierno, sobre esquíes, me han permitido disfrutar de la montaña de otra manera.
Incluso lentas ascensiones a cumbres con las tablas a cuestas para realizar después un descenso rápido y vertiginoso.
La afición a la naturaleza me enseñó a querer y respetar a todos los animales. En aquella época me aficioné en gran medida a las aves rapaces, llegando a descender por cortados y barrancos buscando nidos de águilas y buitres para fotografiar. En la foto un milano negro recuperado, al que criamos y enseñamos a cazar y volar antes de soltarlo de nuevo en su medio ambiente.
Y después vendrían los viajes, buscando siempre lugares hermosos donde poder escalar y dar rienda suelta a ese veneno que llevábamos dentro.
Conocimos así lugares fantásticos, increíbles, como las Calanques, en plena costa azul francesa, un lugar plagado de aristas, agujas y paredes de roca blanquecina.
Vivíamos a nuestro aire, sin obligaciones, sin prisas, sin agobios. En aquella época viajábamos por Europa en auto stop, siempre con la mochila al hombro, siempre buscando montañas. Pasábamos fuera de casa muchos meses al año.
Así conocimos los Alpes, donde realizamos algunas ascensiones interesantes.
Como la ascensión directa a la cara norte de la Barre D`Ecrins, montaña de más de cuatro mil metros de altitud.
La vía Rebufat a la aguja del Gran Charmoz.
La aguja del Grepon en Chamonix, donde se desató una tormenta que nos obligó a Francis y a mí a pasar toda una noche vivaqueando de mala manera en una precaria repisita de hielo donde apenas podíamos permanecer sentados.
El corredor norte del Ailefroide, también en el macizo de los Ecrins.
Y algunas otras ascensiones, incluso en invierno, donde pudimos comprobar que algunas montañas eran más duras y extremas que las que habíamos conocido hasta ese momento.
Y pasábamos algunas penalidades con el mal tiempo.
Y nos fuimos varias veces a escalar a lugares alejados, como el alto Atlas marroquí.
Donde hicimos algunas vías de roca, como la arista sudeste del Toubkal, algunos corredores y otras ascensiones a cuatromiles.
Fueron años buenos, con mucha actividad de montaña, aunque siempre nos teníamos que mover en precario porque apenas disponíamos de medios. La primera vez que fuimos a los Atlas lo hicimos en tren, en el año 76, y hasta nos vimos obligados a hacer auto stop cargados con mochilas como armarios.
Y fuimos también a escalar a las montañas del Hoogar, al sur de Argelia, en pleno centro del Sahara, en el país de los Touaregs.
A donde también viajábamos en plan precario, con los medios de que disponíamos.
Pero la falta de medios no era un impedimento para ir allí donde nos proponíamos ni hacer lo que más nos gustaba, que era escalar.
Recorrer esas agujas verticales de basalto en mitad de la nada más absoluta.
Aunque para ello tuviéramos que realizar un viaje de casi 7000 km entre ida y vuelta donde corrimos todo tipo de aventuras. Pero siempre merece la pena.
Y así acabé conociendo el Himalaya, la cordillera mágica, el fin soñado de todos los alpinistas del mundo. En 1981 participé en la expedición al Gauri Shankar, 7150 m de altitud, junto con cuatro amigos.
Fue una increíble experiencia de trabajo en equipo durante casi tres meses.
Siempre rodeados de un impresionante paisaje de montañas y valles cubiertos por densas selvas de bambú.
Porteando, ascendiendo, cada vez un poco más arriba, hasta casi tocar las estrellas sobre un paisaje de nieves impolutas.
Escalando rodeados de las montañas más salvajes y hermosas del mundo.
Érase una vez un niño que soñó con unas montañas y las montañas estaban allí, y se propuso conocerlas.
Y al final el sueño se hizo realidad.
No recuerdo a qué alpinista inglés de la época le preguntaron:
- ¿Por qué ir a las montañas?
Y él contestó:
- Porque están allí.